
Una Familia Muy Normal por Antonia Campos20.08.2007 En el año del 40 aniversario de la muerte de Violeta Parra, es justo recordarla no sólo a ella sino a toda la prole. Es decir, a los ocho hermanos.La “Parra family” se puede encontrar, entre los Osmond y los Schubert (es una lista en orden alfabético), en listados internacionales de familias famosas en el ámbito de las artes y la música. Comparten la distinción con célebres dinastías de apellidos Baldwin, Strauss, Osbourne o Jackson (habría que agregar a los Hilton). Al hacer click, aparecen los nombres que todos conocemos: Lalo, Nicanor, Roberto, Violeta, y los más jóvenes Ángel, Colombina, Isabel o Javiera. Las discusiones sobre quién se cambió el apellido para aprovecharse del nombre o quién está peleado con quién no son importantes –que tire la primera piedra aquella familia libre de trapos sucios–; lo interesante es que así como los Kennedy fueron políticos y perseguidos por la muerte, los Parra Sandoval fueron (son) artistas desde la cuna. No es fácil predecir que los hijos que una modista y un profesor de música dan a luz en Chillán llevarán en sus genes tal pasión y talento por las artes. La ciencia nos dice que cada ser humano posee 46 cromosomas: 22 heredados de la madre más 22 del padre, más dos que determinan el sexo del individuo. De todas esas combinaciones microscópicas que se estudiaban en libros de biología (recordar los cálculos para saber si el hijo tendría los ojos azules de la madre o café de la abuela) salieron ocho niños que cambiarían el concepto de cultura popular en Chile. Un dato: de los ocho sólo Nicanor y Violeta completaron su escolaridad. Los demás se arrancaban del colegio; preferían tocar en la calle por unas monedas. Vivían todos juntos, con sus esposas y maridos e hijos cuando éstos fueron apareciendo; con su madre Clara Sandoval y su segundo marido, incluso con su abuela y con inquilinos que ayudaban a mantener a flote la economía familiar. Es de suponer, entonces, que las inquietudes artísticas heredadas del padre (quien de joven había trabajado en un circo y a raíz de eso, según dijo Nicanor una vez en una entrevista, la familia Parra siempre tendió a lo circense) se fueron alimentando de la convivencia y venciendo resistencias. Óscar, el menor, por ejemplo, al principio intentó ser cura. Pero terminó por encontrar su vocación en los circos, como payaso con números de “coplas picantes” y autor de innumerables payas picarescas. Hilda tocaba a dúo con Violeta y era contratada para animar fiestas y fondas. Cuando murió Violeta, se hizo cargo de la carpa de La Reina. Lautaro, que hoy bordea los 80 años, es un artista multifacético: autor de libros, compositor y guitarrista de alma, tanguero y hasta pintor ocasional. Elba, al parecer, era epiléptica y murió joven pero los que la recuerdan dicen que tarareaba a su manera en la casa en que todos cantaban. De los otros cuatro –Nicanor, poeta, físico y antipoeta; la mítica Violeta; Roberto, autor de La Negra Ester y las cuecas choras; Eduardo, que hasta el día de hoy se sube a los escenarios incluso si lo deben hospitalizar en medio de una presentación– se sabe de sobra. Volviendo al principio, en el apartado “Chilean families” de Wikipedia aparecen cinco nombres: Alessandri, Carrera, Frei, Montt y Parra. Los cuatro primeros, influyentes desde la cuna, han escrito la historia política de este país. Los Parra, por el contrario, fundaron una dinastía de la nada; desde la miseria del campo sureño redefinieron la poesía y la música. Cuatro décadas después del suicidio de Violeta, quedan cuatro hermanos vivos de esa primera gran generación (Nicanor, Eduardo, Óscar y Lautaro) pero también una vasta descendencia –varios Nicanores y una Violeta incluidos– que tiene para rato perpetuando esa reinvención. Del peso de este apellido no se libra nadie.
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