02 abril 2009

¨ADICTA A LA NOCHE¨ ó Antes Que Todos Despierten


De fondo Driomoplatz de Rock Hudson.

Él está en el umbral de la puerta mientras los rayos del sol golpean su rostro.

Amanda está tirada en el piso, muda, comiéndose la uña de uno de sus dedos pulgar, con un claro dejo de nerviosismo.

Una puerta se cierra, su cabeza se apoya en la pared mientras por sus mejillas van brotando sentidas lágrimas.

Ella saca del bolsillo de su pantalón una foto de ambos, que corta con sus dedos en trocitos, los cuales caen al piso, junto a la complicidad de sus ojos rojos por las lágrimas. Mientras como una declaración de principios va cantando parte de Maps de Yeah Yeah Yeahs.

Se conocieron a la salida del cine, en la función de trasnoche.

Ella estaba alterada, recordando momentos que pasaban por la retina de sus ojos. Eran momentos plenos que le hacían daño ahora. Su novio la había abandonado hace tres semanas por una estudiante de actuación.

El estaba esperando cruzar la calle, de pronto la observa, se acercó y le preguntó qué le pasaba.

Ella trató de explicarle todo esto. Pero no la escuchó con atención,
él oía Driomoplatz de Rock Hudson que emanaba desde sus audífonos.

Se preguntaron los nombres. Ella dijo que se llamaba Amanda. El respondió que se llamaba Bruno.
Caminaron un buen rato en silencio, los dos tenían la manía infantil de contar con sus ojos y en susurros los cuadraditos de cemento de la vereda.

Caminaron por una plaza, por un parque. Ella sacó un cigarrillo y a él le dio vergüenza porque no tenía fuego.
-Como Siempre Soñé de Javiera Mena se deja oír desde algún automóvil que pasa lento de madrugada-Cuando él la miró como pidiéndole disculpas por su error, ella le sonrió. Entonces empezó todo.

Se vieron varias veces después. Siempre de noche. Amanda decía que ella era adicta a la noche, que no soportaba el día. Odiaba la luz. Bruno la entendía. A él siempre le ocurría lo mismo. Ya estaba cansado de dormir más de la cuenta, de despertar a la una de la tarde con la sensación de estar perdiéndose algo.

De eso, de la noche y de sus consecuencias, Bruno y Amanda podían estar hablando mucho rato. Podían quedarse en un bar, en una calle, durante horas, esperando a que amaneciera, tocándose, mirándose.

Escuchaban, jugaban a que cada ruido era parte de una banda sonora: una sirena de ambulancias, la alarma de un auto, el chirrido de neumáticos, un grito, un disparo, una risotada, cualquier cosa.

Una noche, Bruno invitó a Amanda a su casa. Era un sitio cómodo. Antiguo y oscuro, pero cómodo. Bruno vivía desde los quince años en casa de su abuelo fallecido. Se había arrancado de la casa de su madrastra porque ella le controlaba la vida.

Cuando terminaron de comer algo, y beber de sus latas de cerveza, Amanda le preguntó a Bruno si le gustaban las chicas. Bruno asintió con la cabeza.

Amanda le preguntó entonces por qué no tenía una novia.
¨Todos los chicos a tú edad tienen novia¨, dijo. Bruno se quedó callado.

Pensó en que alguna vez sí tuvo novia. Coróname de De Saloon es la banda sonora de este instante en que como un flashback por su mente se agolpan los recuerdos del día en que aún semidormido, desde las persianas de la ventana de su dormitorio descubre a su novia besarse con otro chico, mientras la ve desaparecer junto a él en su moto con su mochila a cuestas.
Alguna vez había sido como los demás chicos, pero ahora ya no. Ahora es distinto. Ahora sabía muchas más cosas que los demás no sabían y por eso prefería estar solo.

Esa noche, mientras bebían un vino oyendo a Casanova con No Estamos Solos, Bruno y Amanda jugaban con las palmas de sus manos, entrelazadas, luego acariciaban sus rostros, Amanda unta las yemas de sus dedos en la copa de vino mojando la comisura de los labios de Bruno, que después besa tiernamente. Esa noche ambos durmieron abrazados.

Al día siguiente, al despertar, ya no podían separarse, algo había sucedido.

Amanda susurra al oído de Bruno en inglés parte de la letra de la canción:
Eyes Without Face que él responde con una tierna caricia, que se funde en un beso, mientras ella se estira, y ordena un poco la polera de The Ramones que encontró en el dormitorio de Bruno.

Amanda camina descalza rumbo a la vieja cocina donde prepara y trae dos tazones de café, mientras se funde su voz y la del tema Eyes Without a Face, en la versión de Javiera y Los Imposibles, moviéndose cadenciosamente mientras sigue cantando y unta sus dedos en la azucarera. Él la espera.

Se sientan a la mesa, uno frente al otro. No hablan, solo se miran con complicidad, Amanda con sus pies recorre los de Bruno, juegan con el roce de sus piernas. Luego se sienta uno al lado del otro, jugando, riendo ingenuamente a colocar las cucharas calientes por el café en la mano del otro.

Desde esa vez, empezaron a esforzarse por estar despiertos. Pasaban horas durmiendo de día y caminando de noche.

Se acostaban apenas salía el sol y despertaban cuando la ciudad empezaba a callarse. Según ellos, era la única manera de sobrevivir.

Pronto empezó a acabarse el dinero. Ni Bruno ni Amanda trabajaban. Ninguno quería trabajar. No podían trabajar. Entonces dejaron de comer.
Se quedaban tomando agua, fumando, bebiendo café, acostados, semidesnudos, pensando en cuántas horas faltaban para que llegara la noche.


Un día, Bruno despertó enfermo. Había bajado de peso, tenía bolsas en los ojos y sentía el cuerpo partido en dos. Amanda le dijo que se quedara tranquilo, que durmiera, que ella iba a regresar con comida y remedios para que se mejorara. ¨En la noche podemos salir a la calle¨, dijo. Bruno le creyó.

Amanda lo arropó en la cama, besando su frente. Bruno tomó el control del velador y encendió la radio, oían La Ciudad De La Furia unplugged.

Amanda cerró las ventanas que daban a la calle y se quitó la ropa.
Hicieron el amor una sola vez. Bruno pudo ver como el brillo de su transpiración se reflejaba en los ojos de Amanda.

Cuando todo terminó, ella volvió a ponerse su ropa, entró al baño a fumarse un cigarrillo. Mientras amarraba sus zapatillas, la distrajo el maullido de un gato en el techo, que desvía su atención y ternura por unos segundos.

Baja la escalera, You Could Be Me de Rock Hudson se deja oír.

Amanda abre la puerta, salió de la casa pensando quién sabe en qué cosa. Cubrió su cabeza con el gorro del polerón de Bruno que tomó del baño.

Mirando el suelo, sus ojos dicen algo indescifrable, cruza una calle iluminada por las luces propias de la noche. You Could Be Me de Rock Hudson la sigue acompañando en su caminar con mayor velocidad, mientras va amaneciendo.

Bruno se quedó dormido y feliz.

Lo encontraron varios días después. Cuando unos niños -sus vecinos- subieron unas escaleras por el techo aledaño en busca de su mascota.

Se quejaban del mal olor que emanaba de esa casa. Movidos por la curiosidad propia de su edad entraron a la casa.

Amanda nunca regresó.